Craig Johnston abraza a Alan Kennedy. El defensa ha engañado a Tancredi,
el portero de la Roma, y ha marcado el cuarto y definitivo penalti de la tanda. El Liverpool levantará su cuarta Copa de Europa en el cielo del Olímpico. Es el 30 de mayo de 1984.
Esa noche fue el apogeo de una época gloriosa. Durante la segunda mitad de
los setenta los equipos ingleses dominaron Europa con mano de hierro; el
milagroso Aston Villa, el Nottingham Forest de Brian Clough y, sobre todo, el Liverpool de Bob Paisley conquistaban el viejo continente a ritmo napoleónico. Y mientras el fútbol inglés estaba de moda por Europa, los seguidores británicos se les iban los ojos con la moda europea. Los desplazamientos en Francia, Italia o Alemania acompañando a sus equipos abrieron un nuevo mundo por los jóvenes aficionados británicos; las prendas de diseñadores europeos y las zapatillas deportivas empezaron a sustituir las bombers y las botas en los campos ingleses.
Los bobbys hacía tiempo que reconocían y vigilaban de cerca aquellos que
vestían el uniforme hooligan y que, curiosamente, siempre estaban presentes cuando había alboroto en las gradas. El cambio de indumentaria fue por motivos prácticos, sí, pero también por estética. Jóvenes de clase obrera trabajaban toda la semana, y un poco más, para poder pagar una parka Burberry, un jersey Lacoste o unas adidas Forest Hills. Los domingos la ropa cara era para ir al estadio, no a misa.
No entenderíamos el terracewear sin las sneakers. Fila, Diadora, Adidas, y
más tarde New Balance, Asics y, incluso, Nike han patrocinado kilómetros de corteos, litros derramados de pintas y infinitos saltos sobre asientos de plástico en estadios en todo el mundo. Y es que uno no se calza unas Gazelle para ir a correr. Faltaría mas.
AUTOR: VÍCTOR ESCRIBANO