Los años 80 fueron el embrión de un fenómeno que emergió de la periferia de las grandes ciudades del Estado para anclarse en la gran pantalla. La romanización de los chavales de barrio que se buscan la vida en un ambiente poco cómodo se llevó al extremo gracias a directores como José Antonio de la Loma o Eloy de la Iglesia y sus películas Perros callejeros, Navajeros o El Pico. Drogas, delincuencia juvenil, talego y sexo eran los temas básicos de las historias que apasionaban a la sociedad española de finales de los 70 y principios de los 80. En cierto modo, tanto José Antonio de la Loma como Eloy de la Iglesia explicaban realidades y daban voz, de alguna forma, a aquellos a los que nadie escuchaba. ¿Esto se convirtió en una arma de doble filo?
Antes de todo esto, antes de los 80, los quinquis ya existían. ¡Sorpresa! El término quinqui nace originariamente de los mercheros, un grupo social inicialmente nómada y que ahora se establece en localidades repartidas por todo el Estado español. Los mercheros también eran conocidos como quincalleros o quinquis, porque se dedicaban a la venta de metal barato, también conocido popularmente como quincalla. Como es de esperar, ellos consideran que el término quinqui relacionado con la delincuencia se utiliza de forma despectiva hacia su etnia y sus raíces. Así que chavales y chavalas… ¡Que lo sepáis!
Vamos a ponernos en contexto. Seguidamente, tiramos unos datos que nuestros amigos del CCCB nos han proporcionado después de horas y horas gastadas entre archivos y hemerotecas:
Los barrios de los 70
Durante los 60 se pusieron en marcha, frente al déficit de vivienda barata, los planes de urgencia social. El resultado fue un urbanismo de pésima calidad, con unos barrios sin los servicios más básicos, lo que precipitó la aparición de los movimientos vecinales. La crisis de los 70 y el paro acabaron por convertir estos barrios en un territorio marginal.
Vía Límite
En 1975 un 25% de la población mayor de 14 años quedaba excluida del sistema educativo. La edad laboral -como la penal- se situó en los 16 años, así que para muchos jóvenes solo quedaba la calle. Además, la irrupción de la heroína hizo estragos.
El reformatorio
El Tribunal Tutelar de Menores disponía de tres opciones para tratar el problema de la delincuencia infantil. La primera era devolver al niño a casa, si los padres accedían. La segunda era internarle en un reformatorio. La tercera opción, reservada a los más peligrosos, era su ingreso en prisión. Ante la falta de plazas especiales, muchos ingresaban en prisiones de adultos.
Desde las azoteas, veo la ciudad
A la obsolescencia de las prisiones, había que sumar los problemas derivados de la superpoblación y la escasez de recursos. La herencia franquista dejaba un sistema basado en la versión más represiva. La situación estalló con la ola de motines de 1977, que desembocó en la creación de la COPEL (Coordinadora de Presos Españoles en Lucha).
No todos los delincuentes de finales de los 70 y los 80 eran quinquis. En primer lugar el quinqui debía ser joven o, al menos, solía ser joven. La media de edad bailaba entre los 14 y los 15 años. La media. Había otros condimentos en la receta quinqui, casi todos ellos relacionados con la condición social: los quinquis eran los hijos de la desorganizada emigración campo-ciudad de los años 50 y 70, los niños de barriadas levantadas a golpe de populismo sin plaza en el cole, sin posibilidad de empleo y con la droga siempre en derredor. El cóctel dejó una barra libre de violencia callejera formada por grupos de chavales que vivían a salto de mata, asaltando, robando y picándose los brazos.
De la moda al estigma hay medio paso
“En noviembre de 1976, De la Loma filma algunas escenas de Perros callejeros en el barrio de la Mina, en Sant Adrià de Besòs. El set de rodaje se ubica en el descampado frente al bloque Saturno. El asistente de cámara Paco Marín guiña su ojo izquierdo para introducir el derecho en el visor de su Reflex 2-C de 35 milímetros. De golpe, irrumpen en el plano una multitud de personas que se acercan notablemente molestas. Quieren hablar con José Antonio de la Loma. “Se supo que estábamos rodando una película sobre delincuentes juveniles y se armó la de Dios”, explica Paco. Uno de los manifestantes es Rodolfo, vecino de la Mina, quien no quiere dar su nombre real. “Hicimos unas movilizaciones como Dios manda, duraron semanas”, asegura Rodolfo, que llegó siendo adolescente a los nuevos e idénticos edificios de hormigón armado.”
Como nos explica La Vanguardia -nuestro periódico de confianza- la mayoría de los vecinos de la Mina procedían de los antiguos barrios de barracas de la Perona y el Camp de la Bota. “Nos aparcaron en la Mina en 1973 sin ningún servicio, las escuelas no estaban ni acabadas”. Rodolfo asegura que los vecinos estaban hartos de la estigmatización que sufrían. “Fueron años muy duros, se juntaron dos cosas: el desarraigo de los vecinos en un barrio a medio construir y el problema de la heroína”.
¿Y ahora que?
Estamos en el 2022, los 80 quedan lejos… ya no se lleva quedar en el salón recreativo i en los billares con los colegas, ni el pelo largo ni las cazadoras tejanas ajustadas. Si sales con un coche a dar tirones por el centro los de azul te pillan, y la heroína ha dejado paso a drogas recreativas menos jodidas, pero vamos a ser claros, seguimos siendo los mismos.
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